No me gusta verlo jugando en el patio.
Siempre que aparece por allí luego vienen los problemas.
No tiene más de dos años y como digo, solamente juega como un niño de
esa edad.
Con su inocencia no hace daño a nadie, pasa casi inadvertido y es muy
sosegado en su actividad. Muchas personas no dan cuenta de su presencia, de tan
sigiloso y calmo que es.
Le he encontrado en varias ocasiones y cuando me ha mirado a los ojos
me doy cuenta de que es víctima de las circunstancias y nada más.
Con sus manitas regordetas, con esos rizos dorados y vestido de blanco
de pies a cabeza resulta contradictoria su imagen y la misión por la que viene
de visita.
Ver a mi tío, fallecido cuando era apenas un lactante, es una gran peso
para mí. Verlo implica dolor, me señala pérdida. Pérdida segura, pero incierta
de un familiar o ser muy querido.
Espero, Rafael, que apadrines bien a la gente que te llevas rumbo al cielo.
Espero, Rafael, que apadrines bien a la gente que te llevas rumbo al cielo.
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