Iba caminando con el instrumento al hombro en busca de alguien que
pudiera desafiarlo. En su pueblo ya nadie se atrevía a retarlo, conocida era su
fama como payador, improvisador y guitarronero.
Había ya recorrido varios kilómetros, casi todos a pie y algunos
haciendo dedo. Muchos días transcurrieron desde que saliera de su casa, aunque
no manejaba la cifra exacta en su mente. Un número importante de pueblos
pequeños recibiéronle y otros tantos le dieron la espalda, pero no iba a
renunciar. Sabía que más temprano que tarde encontraría a alguien que pudiera
aceptarle un desafío, y ojalá, ganarle en una limpia lid.
Se dejaba guiar por los caminos, senderos y carreteras siempre en rumbo
norte. Los abajinos eran fieros en el arte y en el sur todos le sacaban el
cuerpo, los carteles le iban informando de la ciudad en que se encontraba y le
daban alguna reseña de la ruta recorrida.
Se hacía de noche, se hacía de día. Comer algo aquí, comer algo allá.
Afinar, tocar y pedir algunas monedas para continuar su rumbo.
Pero un día estaba tan exhausto que decidió tomar una pausa en su
caminata, se sentó en una roca cercana al cruce del tren. Escuchó el viento
corretear a los cóndores. Veía en lontananza múltiples espejismos que tomaban
las más inauditas siluetas. Sacó el instrumento del estuche y, con su memorial,
entonó varias melodías.
Estuvo allí bastante tiempo, pasaron dos o tres trenes y se quedó
dormido.

- Hola amigo, ¿qué lleva ahí?
- Una guitarra grande.
El desconocido se puso frente a él y le mostró a Isaías el estuche que
el llevaba con cierto picarón orgullo.
- Somos colegas entonces. Yo salí de mi norte querido para buscar
alguien con quien hace duelo, en mi pueblo todos me tienen miedo y ya no tocan
conmigo. En cuanto saben que me voy a aparecer salen zumbando.
- ¿Me va Ud. a creer que yo estoy en las mismas? Toquemos entonces
pues.
- Así mismo será entonces.
Y comenzaron a sonar los instrumentos, distintos fundamentos guiaban
sus cantos. El padecimiento, la astronomía, la creación, la travesura, la
historia, etc. En cuanto uno proponía la temática obtenía respuesta casi
inmediata del otro, sin espacios, sin silencios. Todo era música y poesía.
Ya había pasado un día y ciertas personas que les habían visto
difundieron la noticia del duelo, poco tiempo se requirió para que los curiosos
llegaran a observar aunque siempre a distancia considerable con el fin de no
entorpecer el duelo por distraer a los contendores.
El reloj corría impasible y salvo por algunos recreos para ir al baño,
tomar agua y comer; se cantaba el día completo.
Ante una cuarteta la respuesta llegaba más que ligero, ante una décima
improvisada el contrataque era más fiero y ofensivo. Hasta el momento nadie
había flaqueado. Seguían firmes y se podía notar la determinación de ambos,
cada uno sentado en una piedra. Isaías en la que daba al sur, y el desconocido
en la norte.
Ya eran cinco días con cinco noches tocando y cantando, y el nortino no
pudo ya crear toquidos nuevos y tuvo que comenzar a repetir su repetorio. Para
el público resultaba evidente que le estaban tomando cierta ventaja, el músico
austral, en cambio, no daba señas ni de
cansancio ni de falta de motivo, todo lo contrario.
Desafío en cuarteta nuevamente y el desconocido no dio pie con bola en
tres ocasiones consecutivas, no logró responder en forma correcta a las
creativas preguntas que se le proponían.
Semana cumplida y ya los espectadores tenían total resolución de quien
sería el ganador del duelo. En un descanso el desconocido se acercó a Isaías y
le preguntó:
- ¿Ud. no sabe quién soy, verdad?
- No, en realidad no nos hemos ni presentado. Isaías Bermejo es mi
nombre, para servirle.
- A mi me dicen el Mandinga, el cola ‘e flecha, On Sata, el Malevo, ¿Se
entiende? Si que es mejor que no me gane na’.
Isaías vio el fulgor ígneo en los ojos del desconocido y la dentadura
con tapaduras de oro. Corrió a coger al portentoso y se lanzó con unos acordes
y una melodía que hasta la oportunidad había reservado. En el instante del
firmamento más alto cayeron tres rayos, uno verde, uno azul y uno rojo. El diablo fue fulminado, con un estruendo
estentóreo de proporciones gigantes, solo quedó polvo que el viento se encargó
de espacir por los alrededores y un quejido lastimero de agonía.
El gentío primero se horrorizó, pero segundos después parecían
confundidos y desorientados, sin saber razones de por que estaban allí. Isaías
se persignó y guardó a su compañero.
Como su memoria era extremadamente buena, podía recordar todos los
toquíos que había escuchado y decidió volver a una ciudad del sur indeterminada
para enseñar todo lo que había aprendido.
Emprendió el viaje a la brevedad posible. Nadie sabe con ciencia cierta
a que ciudad se dirigió, pero todos sostienen que está cerca de un gran poblado
y que hasta el día de hoy existe allí un portón que de noche se cierra, no vaya
a ser que alguien llegué buscando pleito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario