Fue una especie de broma de los
guardias a los reos. No recuerdo como empezó, pero estoy seguro de que fue en
el bloque C. Era el lugar donde reuníamos a los “especiales”, ya sabe Ud., los
retrasados, los tullidos, los con deformidades físicas o diversos signos de
idiotez.
Uno de ellos escribió su carta a
Papá Noel, carta que tuve ocasión de leer y, honestamente, me pareció
excesivamente ingenua y tierna. Leyéndola y viendo los dibujos que la
acompañaban estoy seguro que ni siquiera Ud. se habría dado cuenta de que la
había escrito un asesino serial.
Los guardias se burlaron de los
reclusos en cada ocasión que pudieron, les convencían de hacer listas de
deseos, se disfrazaron de Santa, de duendes y les exigían declarar a voz en
cuello lo que querían recibir de regalo.
Uno de ellos pidió un balón de
fútbol. Nadie supo de donde apareció uno, pero la cosa es que el deporte se
hizo presente en los patios, los pasillos, y, más trascendente, en el espíritu
de los criminales.
Nadie apostaría un centavo por
ese hatillo de pelafustanes. En realidad mirarlos era un espectáculo
horripilante, además, no sabían correr, estar de pie correctamente o siquiera
respirar.
El entrenador era otro caso
clínico, lo mismo que el cuerpo técnico.
Hicieron colectas, consiguieron
ayuda de los periódicos, fueron entrevistados en las radios, aparecieron en
televisión y se transformaron en un fenómeno. Fenómeno más allá de lo
mediático, fueron campeones de la liga penitenciaria, de la tercera división,
jugaron con (y derrotaron) a
profesionales.
Todos esos malditos estaban
condenados a muerte. Cianuro, silla eléctrica, ahorcamiento, gas letal, en fin,
cada uno tenía una cuenta regresiva escrita en la frente. Pero el fútbol en
este país es un negocio, todos esos desgraciados lograron, junto a tinterillos
que se abarrotaron de dinero; ganar juicios, presentar apelaciones y el indulto
presidencial.
¿Puede Ud. decirme que el deporte
no es positivo?