Después de pasar por todos esos hechos atroces, en menos de
12 horas se presentó a trabajar en la oficina. No quería compasión, necesitaba
trabajar y salir de ese estado de dolor total. Los maleantes habían
traumatizado su cuerpo de distintas formas, ella, en cambio, se encargó de
herir fatalmente su alma. Se sentía solo, sucio, insignificante, pero, al
menos, haciendo informes seguí siendo el mejor de todo el piso. No dijo
palabra, nadie notó nada raro, pero, curiosamente, le dejaron tabular sin
distraerlo en lo absoluto. Supo, luego, que el jefe les había contado de la
situación y les había pedido comprensión. Bustos, el más desatinado y estúpido
ser en toda la unidad de recursos humanos, le observaba desde la parte externa
de la puerta de la oficina. – “Yo lo veo de lo más bien”- dijo, preocupándose
de que todos sus colegas le oyeran. – “Le están puro dando color”. – agregó.