Nadie entendía su apuro, su prisa
desmesurada.
Sacó al guitarra, que afinó en
dos segundos, se puso a cantar y nadie atinó a presionar el botón rojo con
mayúsculas. Hizo solo una toma que, para mala suerte de las disqueras, jamás quedó
registrada.
Respiró, dijo un par de frases
robadas del Tao Té Ching. Bien y mal se complementan, o algo similar, luego
agregó que sonido y tono armonizan, que no se deben ensalzar los talentos para
que el pueblo compita.
Cogió la guitarra nuevamente,
tocó una complicada cadenza en tonos menores y siguió, siguió y siguió. Una
toma por cada tema. El ingeniero, dudando durante mucho tiempo acerca de la
pertinencia de su pregunta, dijo: - ¿Cuál es la prisa?
-Tal vez muera mañana -,
respondió Rafael.
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