Estamos comiendo los tres, escuchando la naturaleza a orillas del lago
y compartiendo un momento grato y agradable.
- Debes enseñarle a Abdón, Papá. Él aprenderá más rápido que yo. Sé que
tiene muchos talentos que ni siquiera ha explorado. Yo no soy tan hábil.
Lo dice con un serenidad increíble tomando en cuenta que es una niña de
solamente 8 años.
Abdón pone cara de pena cuando la escucha.
Estamos comiendo los cuatro. Marta aparece y los niños se alegran al
verla.
- ¿Necesitas ayuda? – Me pregunta aferrando su mano a mi brazo. Sigo
comiendo y le hago un gesto afirmativo. Acaricia mi cabello largo y crespo, lo
que además de tranquilizarme me hace sentir querido y comprendido.
Estamos comiendo los cinco. Brian aparece con su sitar y se pone a
tocar ragas, para que me concentre, dice. Es un maestro del ritmo; mientras toca
y medito siento que soy la naturaleza misma. El equilibrio en blanco y negro
corre por mis venas.
Estamos comiendo los seis. Mi maestro, fallecido hace años, unta su pan
en mi plato. Me inspira confianza y sin decir palabra alguna me da los consejos
que necesito. Verlo me hace recordar todas y cada una de sus lecciones. ¿Qué
habría hecho él en esta situación?
Estamos comiendo los siete. B.B., con su fina cabellera rubia y esos
ojos de colegiala me mira con sensual ternura mientras dibuja con un lápiz de
carbón sobre papel de arroz.
Pasado un rato de silencio en la conversación pone en mi mano un dibujo
con lo que entiendo será la última batalla que tendré con esa mujer y su
maestro. De acuerdo al boceto de B.B. ninguno tiene ojos, además, sus bocas son
grandes y desproporcionadas. Las manos no tienen dedos y la mujer no tiene pies
en los que sostenerse. Su maestro tiene el cráneo abierto y en carne viva.
Ato los cabos sueltos, por fin junto todas las piezas del rompecabezas.
Estoy comiendo solo, escuchando la naturaleza a orillas del lago.
Estoy comiendo solo, escuchando la naturaleza a orillas del lago.
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